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CUARENTA AÑOS PARA REGRESAR A LA VIEJA LABORAL


Artículo realizado por Fernando Pérez Avila, y publicado en el "Diario de Sevilla el pasado día 23 de Noviembre de 2.003.-

Aquel 22 de noviembre de 1.963 marcó un hito en la historia del siglo XX. Mientras en Dallas una misteriosa bala acababa con la vida John Fitzgerald Kennedy, un grupo de adolescentes trataba de convertirse en la vanguardia de la escasísima producción industrial española. Para ello tuvieron que hincar codos durante horas y horas en la antigua Universidad Laboral. Y lograron su propósito. Ayer, cuatro décadas después, una treintena de alumnos de la carrera de Ingeniería Técnica volvió a pisar la que fue su casa durante años, ahora convertida en la Pablo de Olavide.

"La estructura externa es igual, lo que sí ha cambiado mucho son las aulas", decían, paseando bajo los soportales del campus de Montequinto. No se habían visto en cuarenta años. Perdieron la relación y cada uno se hizo un hueco entre los nacientes sectores de las telecomunicaciones y la electricidad. Eran oficiales, maestros e ingenieros procedentes de toda España que salieron de la Laboral con poco mas de veinte años dispuestos a comerse el mundo. Los que no eran de Sevilla, la mayoría, vivían en el mismo campus, bajo la espartana disciplina de los curas que dirigían la Universidad.

"Nos invadían las películas de yankees, La Gran Evasión y todas esas otras de la Segunda Guerra Mundial. Pero nosotros tratábamos de montar un cine-club con cintas de Ingmar Bergman", afirma Angel Ferrero, uno de los organizadores del encuentro. "Pero si se veía una pierna nos ponían delante el gorro de Napoleón". Cuenta Francisco Jiménez que incluso se escondían para ver a las limpiadoras y cocineras, las únicas mujeres que había en el recinto.

La idea de reunirse nació de Ramón Andreo, un ingeniero murciano que se licenció después en Telecomunicaciones por la Pompeu Fabra. Entre los papeles de su madre descubrió una vieja fotografía de toda la promoción. En ella estaban escritos los nombres de todos. A partir de ahí, paciencia, internet y páginas blancas. La búsqueda surtió efecto y ayer se volvieron a ver los rostros. Venían de todos los puntos de la península. "No me acordaba de los nombres, pero sabía quien era cada uno por la cara", decía Ramón.

La Olavide no quiso perderse la ocasión para felicitar a los antiguos alumnos. Su vicerrector, Andrés Rodríguez Benot, entregó un recuerdo a cada uno. Muchos notaban cambios. A los Miguel de Mañara, San Fernando y demás santoral que daban nombre a los edificios le han sustituido Jovellanos, Feijoo y la ilustración al completo. En el lugar de los campos de fútbol hay ahora un inmenso aparcamiento repleto de coches. Donde una vez hubo unos talleres se erige hoy una moderna biblioteca. Cuarenta años de cambios.