5. EL SABADO LIMPIEZA
Toda
la semana nos pasábamos pensando en el sábado sobre todo esperando el sábado
por la tarde, que era cuando en realidad empezaban nuestras horas profanas, el
desenfreno si se podía llamar desenfreno al programa del sábado y domingo, pero
solo con el cambio de la rutina semanal
con eso nos conformábamos, el ya no tener que visitar el estudio por la tarde y
el hacer de tu capa un sayo, el que quería hacer deporte, pues hacía deporte,
el que no quería hacer nada, pues hacer el vago, una gozada, pero eso sí a las seis de la tarde y religiosamente
llegaba la hora de la limpieza semanal, había que asearse lógicamente y no es
que durante la semana no nos laváramos, la verdad sea dicha algunos poco, de esta
forma subíamos todos sin distinción a las habitaciones y a la tarea de la
ducha, a quitarnos el mal olor acumulado durante la semana, en el pasillo de
las habitaciones y con una organización perfecta ya teníamos nuestra bolsa
blanca, inmaculada con toda nuestra ropa lavada, bolsa ésta que habíamos dejado
el sábado anterior para su limpieza, cada bolsa bordada con un número que nos
asignaban al principio y que
conservamos hasta el final de nuestra estancia en la Uni y por supuesto con el
mismo número en todas las prendas que allí nos donaban y en las nuestras
particulares las cuales había bordado mi madre, 1.240 ese era mi número y
después de cinco años de estancia en el Centro le cogí mucho cariño, tanto, que
aún me perdura, me gusta ese número, le tengo devoción.
Encima
de nuestra cama también nos esperaban las sábanas, unas sábanas blanquísimas,
con un olor a limpio agradabilísimo, esa noche era un placer dormir oliendo a
puro limpio y con las sábanas superplanchadísimas.
Al
momento el trasiego de jóvenes enfrascados en nuestros albornoces bajando
por las escaleras era intenso, todos a pegarnos la consiguiente ducha,
a quitarnos los microbios que nos habían acompañado durante toda la semana,
bien enjabonados y limpios parecíamos otros, la verdad es que necesitábamos
la ducha, una limpieza a fondo, aunque algunos los de “secano” los mas
marranos si podían se esfumaban, como podían ser tan guarros los “tíos”.
A
las siete de la tarde el toque de sirena nos avisaba que la limpieza general
había terminado, así que duchaditos, cambiados, perfumados, peinados y oliendo
a limpio celestial, cogíamos nuestra bolsa de ropa sucia y me acuerdo que la
dejábamos caer por el hueco de la escalera para que cayera en una especie de
carro que se encontraba abajo, aunque esta acción a los curas no les gustaba y
alguna bronca echaron por eso, y de esta forma limpios y lustrosos nos
dirigíamos al Bar-Hogar donde nos comíamos unos ricos bocadillos de mejillones
acompañados de una pepsi-cola y matábamos el tiempo en la sala de juegos hasta
que nos llegara a ver la película de la semana.
Que
encanto tenía el sábado por la tarde, el mejor día de la semana sin duda,
siempre lo recordaré con cariño, de verdad me gusta recordar aquellos sábados
por la tarde.
Anterior || Siguiente
|