48. LOS AMARILLOS
Ya no sé si existirá esa empresa de autobuses en Sevilla, y si existe ya no sé si irán pintados absolutamente de amarillo, pero hace ya muchos años "Los Amarillos", eran los autobuses mas conocidos y queridos por nosotros los universitarios, los laborales, los sufridos habitantes de aquel grandioso Centro que se encontraba a las afueras de la ciudad, sobre todo cuando llegaban las vacaciones trimestrales o el fin de curso, entonces montones, legiones, infinidad de autobuses de color amarillo, se dirigían al patio central del recinto universitario y se colocaban en perfecto orden de formación, esperando verse llenos de colegiales con sus maletas para iniciar las deseadas y añoradas vacaciones, aquello era un espectáculo maravilloso, inenarrable, recuerdo como si lo estuviera viviendo ahora mismo porque esas imágenes nunca se me olvidarán, que terminado el último examen a las dos, a las tres ya estaban saliendo autobuses para todos los puntos de España, todo el mundo andaba con una locura exasperada, poseído por la lógica alegría de haber terminado el suplicio, con los nervios del último examen aun rondándote por las entrañas, era grandioso ver a cientos de jóvenes salir de sus Colegios y encaminarse por el interminable pasillo central en una mano la maleta y en la otra la bolsa de comida que el Centro nos proporcionaba porque el viaje para muchos de nosotros era largo y algunos se tirarían muchas horas sentados en aquellos autobuses de color amarillo, vaya trajín que se formaba en la plaza, todo el mundo buscando su autobús, y a los que aun no nos llegaba la hora de salida pasábamos el tiempo por allí mirando, disfrutando del bello espectáculo, con toda la envidia del mundo, así que poco a poco los autobuses iban despejando la plaza, despacio una tras otro la iban abandonando, el color amarillo se iba difuminando y al final de todo los que allí quedábamos, nos disponíamos a pasar la tarde de la mejor manera que podíamos, la tarde mas larga y aburrida que haya podido pasar jamás, sintiendo que cada minuto se hacía una hora, nunca tuve la suerte de irme primero, los que partíamos dirección Madrid, no salíamos hasta las diez de la noche, aquello era un martirio, un tormento, volvíamos otra vez al Colegio casi vacío, a terminar de hacer la maleta, a ver correr el tiempo despacio, increíblemente despacio, después de pasar varios meses con la disciplina del internado nos parecía imposible el irnos, pero era verdad nos quedaban breves horas, total solo tenían que dar las diez y aunque pareciera imposible las daban y allí estábamos los que faltábamos a coger los nuevos autobuses amarillos, allí dejábamos a la Universidad huérfana, pero ella también se alegraba, porque estaba completamente segura que dentro de tres cortos meses otra vez estaríamos allí nuevamente para seguir escribiendo un nuevo capítulo de su historia.
Anterior || Siguiente
|