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40. HABITACIÓN PARTICULAR


En la Universidad había ciertos colegios que poseían habitaciones particulares, vamos que parecían un hotel, entre ellos el querido Fernando de Herrera, mi último colegio en el Centro, en el cual permanecí el año que terminé la Maestría Industrial, a lo largo de cursos anteriores y siendo aun unos cachorrillos ya suspirábamos por tener una habitación individual, era claro está, una forma de solicitar libertad en nuestros actos y mirábamos con un montón de envidia a los alumnos de esos Colegios, madre mía, eso debería ser un chollo, -eso tenía que ser la ostia-, sin tener que bajar al estudio en sus horas, pero también tenía su lado negativo ya que se perdía casi toda la comunicación con los compañeros que te rodeaban.

Las habitaciones no eran muy grandes, pero nos sobraba espacio, tenían una armario adosado a la pared y giratorio, una pequeña cama y una mesa y silla para estudiar y lo mas gracioso una mirilla en la puerta por la que el cura de planta te podía observar lo que hacías sin tu detectar su presencia, vaya tela marinera, eso si que era bueno, siempre estaba uno con la mosca en la oreja, además no estaba permitido taparla, pues la bronca del de negro podía ser gorda.

La que a mí me tocó tenía una ventana espaciosa, estaba en la cuarta planta que a la postre era la última y que daba al patio del campo de fútbol, sin embargo no podía divisar la torre, aunque si podía ver a lo lejos Sevilla, muchas veces pasaría buenos ratos con la mirada perdida en el horizonte con esa sensación de soledad que te hace el estar solo y valga en este caso la redundancia, claro que solo no estabas solo, tenías los vecinos de orilla que siempre eran un remedio en tus horas bajas, recuerdo que mis vecinos fueron a la izquierda Aguilar, tuve la gran suerte durante toda mi estancia en la Universidad que siempre lo tuve a mi lado, que buen compañero y amigo era y lo sigue siendo, un saludo mando en este momento para la barriada de Moratalaz en Madrid que es donde vive en la actualidad, a la derecha tenía a un vasco llamado Zabaleta que por pertenecer a otra aula las relaciones eran mínimas.

Ahora me viene a la memoria de que casi todos nos compramos un pequeño hornillo consistente en una placa de cerámica con una pequeña resistencia eléctrica y con el nos podíamos calentar la leche, tostarnos el pan, hacer café, eso nos hacía poseer un grado de independencia después de tantos cursos de férrea disciplina, claro que el que mas y el que menos ya tenía dieciocho años.

Cierta tarde y la culpa la tuvo la dichosa mirilla, estaba yo tan entretenido leyendo una novela de Marcial Lafuente Estefanía encima del libro de texto con el fin de disimular, dando el trasero a la puerta para no ser blanco de la vigilancia, pero de poco me sirvió, el jodío cura se introdujo a traición sin llamar en mi aposento y me sorprendió, teniendo que aguantarle una reprimenda de muy señor mío y a continuación un pequeño sermón de esos que acostumbraban a echar, menos mal que como era un buen estudiante y él lo sabía la cosa no pasó a mayores.

Como el que mas y el que menos teníamos comida en los armarios los ratoncillos que haberlos los había campaban a sus anchas sobre todo por las noches, cuando se apagaba la luz y ya en mi cama los oía perfectamente hacer ruido dentro del armario y también salir de el y saltar a la cama y andar por encima, rápidamente encendía la luz y aun lograba ver al ratón saltar y meterse corriendo dentro del armario, al final me acostumbré a ellos y ellos a mí y ya no les presté atención, nos hicimos amigos o por lo menos nos tolerábamos.

Resumiendo, aunque la habitación particular no estaba mal, prefiero recordar las habitaciones de seis y en los estudios juntos todos nosotros formando la gran familia que éramos y formábamos juntos con el mismo destino, siempre estaremos juntos aunque sea en el recuerdo, sirva este recuerdo como homenaje a todos ellos, un abrazo amigos.

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