32. EL BAÑO
Sevilla, todo el mundo lo sabe, disfruta del mejor clima, un clima maravilloso, cálido, sobre todo de Abril a Junio, cuando toda ella se viste de mil colores y el olor a jazmín y azahar impregna todos sus bellos rincones, así que por esas fechas cuando ya olíamos a verano próximo, a vacaciones, Sevilla estaba mas guapa que nunca y es que encima ella lo sabía y entonces mas se arreglaba, mas coqueta se ponía, así que en esa época es cuando empezaba la temporada de baños en la Universidad, y además por piscinas no nos podíamos quejar, si es que vivíamos en un edén, lo teníamos todo no nos faltaba de nada, había seis pequeñas orilla de la torre, una normal de 33 metros y otra con un gran trampolín de no sé cuantos pisos, pero que nunca la vi funcionar y nunca supe la razón de por qué. Las seis pequeñas se encontraban en la inmensa plaza a los pies de la torre y a espaldas de la plaza central de entrada a la Universidad, en ellas y por rigurosos turnos de Colegios, todos con los albornoces y las toallas al hombro subíamos a darnos el chapuzón, aquello era una algarabía dentro del agua, primero porque las piscinas no eran muy grandes y segundo puesto que dentro del agua parecía una piscifactoría allí amontonados, dándonos aguadillas unos a otros, que bien no lo pasábamos, soñábamos con la hora del baño, aunque alguno habría que sería de secano y no le haría tanta gracia, pero en general era un buen momento para todos disfrutar del remojón.
Aquellas minipiscinas ya no existen, las taparon, allí aprendí a nadar, recuerdo que en mi primer año y en clase de gimnasia, ya que llegadas las fechas primaverales, alguna clase tocaba natación, recuerdo que el profesor D. Manuel "Blume" como amistosamente le llamábamos, nos mandó a todos los que no sabíamos nadar ponernos en el borde de la misma, allí estábamos unos ocho o diez y claro al agua patos, de todas formas pasado el gran susto el acojono y el consiguiente chapoteo, todos naturalmente ganamos la orilla y desde ese momento todos perdimos el miedo y poco tiempo después nadábamos como peces.
Cuando entramos en cursos mayores, ya pasamos a ir al baño a la piscina reglamentaria, eso era ya otra cosa, allí se podía nadar mucho mejor y tirarse del trampolín, y mientras lo pasábamos bomba, la torre inmensa, esbelta, arrogante, nos vigilaba, nos guardaba, nos cuidaba, como si de un socorrista se tratara., cuantas vivencias guardo de esos años, no se me pueden olvidar, es imposible, aquella fue mi casa en los mejores años de mi vida.
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