2. LA SIRENA
Era el emblema invisible de la Universidad, el toque frenético
y desgarrador que nos despertaba todas las mañanas a las siete y cuarto
que aun me acuerdo y me acordaré eternamente , día tras día, mes tras
mes, año tras año y siempre a las fatídicas siete y cuarto, el aullido
que te volvía a la dura realidad, que desgarraba la noche, que partía
tus dulces sueños, que te anunciaba el silencioso despertar de un nuevo día
que empezaba a surgir tímidamente allá por aquel horizonte que a lo
largo de la jornada mirabas muchas veces con un montón de nostalgia, por
ello lo mas fácil es que le cogieras una manía, un odio a muerte a la
dichosa sirena, que en breve espacio de tiempo la odiaras como a nadie,
sin embargo nada mas lejos de la realidad, ya que el mismo sonido, el
mismo chillo estruendoso te iba acompañando durante el monótono
deambular del día, si su sonido era tu lazarillo durante unas veinte
veces en la jornada, lo mas natural es que el odio despiadado se
convirtiera en cariño, sin quererlo era tu compañera de viaje, aquel
viaje diario siempre al mismo sitio, clase tras clase, recreo tras recreo,
era tu guía, el faro que te guiaba tu existencia, todos vivíamos
pendientes de su toque cadencioso, de su sonido mágico, de su chirrido
cruel como te parecía algunas veces, pero que siempre te resultaba muy
familiar.
Como
la deseaba, como esperaba oír su bello canto, su salmo magnífico, sobre
todo cuando terminaba la clase de las diez y llegaba la hora del bocadillo
y del recreo, cuando terminaba la última clase y llegaba la hora de la
comida, claro por el contrario en otras ocasiones sobre todo cuando
anunciaba la hora del comienzo de aquel temido examen, en ese momento su
canto era la peor de las sinfonías posibles, pero como ya he dicho al
principio era el emblema, el comodín, todos aquellos que tuvimos la
dicha, el placer de pasar como alumnos por aquel Centro, de hacerse vieja
nuestra juventud en los muros de aquel internado, seguro que le cogimos
muchísimo cariño y que ahora al oír cualquier sirena de una fábrica u
otro sitio, habremos sentido como nos da un vuelco el estómago, nuestro
pensamiento, nuestra nostalgia siempre presente se habrá trasladado de
inmediato a la velocidad de la luz y nos habrá hecho recordar su bello
toque y estaremos imaginando como a la finalización de su canto como
multitud de jóvenes obedecían a lo que esa hora ordenaba.
Nunca
supe de donde procedía su potente toque, la verdad que nunca me paré a
saberlo, de que dependencia surcaba al aire, pero se oía con igual fuerza
en toda la extensión de la Laboral, me gusta recordar su sonido, lo echo
de menos, cada vez oigo menos sirenas imitando su canto, hasta en el
pueblo donde ahora vivo, junto al azul mediterráneo, donde resido aquí
en Sagunto, tan lejos de Sevilla, no hace mucho tiempo tuve la suerte de
que todas las mañanas oía una sirena idéntica, un placer amasado con
nostalgia me invadía y me entraba por todos los poros de mi cuerpo, era
la sirena de la fábrica de Altos hornos del Mediterráneo que llamaba a
sus obreros, un calambrazo de añoranza sentía todas las mañanas, todas
ellas me trasladaban a otro lugar muy lejos de allí, era como una
medicina que la necesitaba todos los días, pero aquella dicha me duró
poco, como dura lo bueno, la fábrica cerró como cerró también la
Laboral y ya no volví a oír aquella sirena, hace ya tiempo que no la
oigo, grandes dosis de tristeza se han apoderado de la que constituía el
catalizador de mis recuerdos.
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